La representación tridimensional de esta obra abreva en otras fuentes trasatlánticas: el subgénero de la Vanĭtas (del latín, vanus: vacío), perteneciente a la geografía de la naturaleza muerta, como memoria aleccionadora de lo efímero del poder, la riqueza y la belleza, muy visible en el arte del barroco, surgiendo en Flandes y las provincias del norte, en la actualidad Holanda, para después asentarse por derecho propio en toda Europa. Designación en un principio radicada en el Eclesiastés (Ec. 1, 2): Vanitas vanitatum et omnia vanitas, “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Sentencia senequista que subraya la insignificancia y futilidad de la existencia. Más adelante en el mismo texto bíblico (9: 10) se sentencia: “…porque en el sepulcro, adonde tú vas, no hay obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría”.
Proceso de producción. Taller Juan Hernandez y taller Sabina César.
La unión entre lo popular con la figura del cráneo realista posibilita llevar la cultura mexicana, con su propio sentido de la muerte viva, hacia otras latitudes, pues esta osamenta, en su aspecto más cercano a la realidad, es un símbolo del fin de la existencia reconocido en gran parte del mundo. Recuperarlo, sin embargo, no implica reproducir ese mismo valor, tampoco el de prolongar sólo lo festivo del día de muertos en su expresión más insustancial, vista en producciones cinematográficas o en desfiles con carros alegóricos. Sino resignificar para lograr un significado nuevo en común.
En cambio, al incluir motivos del arte precolombino y novohispano, rompe las fronteras de lo que se concibe como término, conclusión o desenlace y se rehace en un ciclo creador. La obra Calavera Mexicana es relevante, también, porque cuenta la otra parte de la historia aún
ignorada, la de lo femenino como fuerza y no debilidad. Esto se complementa de diversos significados, como las mariposas, alma de los guerreros al dar su vida; el colibrí, símbolo de la resurrección; los alcatraces, representación de la fertilidad; la flor de cempasúchil; el sol y la luna; el día y la noche; la tierra, el agua; el fuego y el viento. Elementos en constante equilibrio, cuya importancia, además, es la de revalorar la naturaleza y el medio ambiente en su relación con el ser humano.